Años de inmortalidad… arrebatando una vida tras otra.
Conocí el rostro de todas aquellas damas a las que obligué a
vagar bajo cielos tormentosos. Drenando leguas de rubíes que fluían por sus
venas, mientras moribundas desataban el rocío de sus lágrimas.
Ahora siento la nostalgia por volver a acariciar los cárdenos
cabellos de una dama, que me apreso en la irrealidad como un espectro oculto en
campanarios abandonados… pero la rosa de sus labios gotea ahora la sangre de
otras épocas…
Durante siglos, he vivido con su recuerdo. Todavía siento fascinación por aquel rostro que ha marcado el resto de mi existencia.
“Helena”, y su nombre resuena en cada rincón de mi castillo,
martilleando mi corazón helado. El lastimoso recuerdo de aquella doncella se
encomienda en mi memoria hasta llevarme a los abismos más recónditos de la
nostalgia…
Siglos atrás concebí su imagen, en la soledad de aquel paisaje lechoso que rodea mi castillo, donde la hojarasca y macilenta que cubría el suelo hacia vislumbrar su cuerpo, tiritando por el rumor del hielo.
Observe su figura,
percibiendo que la muerte no estaba lejana y decidí convertirla en mi presa.
Avance a una celeridad de vértigo y no pudo apreciar mi movimiento hasta que
nuestro cuerpos se encontraron, frente a frente, separados por una brisa gélida
y empapada. Nuestras miradas se encontraron, y la tierna inocencia de sus ojos
hizo que perdiera el aliento.
-
Hay que saber que la noche no es para los que no la merecen.
- Si
estoy aquí, es porque sé que algún día, la noche querrá merecerme a mí
Antes de que el tiempo
le diera aman de escapar la abrase, aparte su cabeza dulcemente para morderle
el cuello y sentir como su corazón latente callaba, pero no tuve el suficiente
valor, aunque sabia que ella lo deseaba tanto como yo.
Mi deseo me llevo a
preservar su inocencia de la muerte para salvaguardar la belleza de su
tedioso letargo. En la tranquilidad de una apacible estancia de mi castillo,
ella dormía soberbia y hermosa mientras embaucaba mi mirada absorta en su rostro.
Ella, que debió
ser banquete para inmortales, durmió
aquella noche junto a mi cuerpo helado, sumergida en las gélidas caricias de la
mortandad.
Tras el crepúsculo, le
ofrecí como hogar mi castillo y pasaron cientos de Lunas entre tétricas mascaradas y melodías siniestras que llenaron cada gala nocturna, bailando en
las oscuras noches y rodeados por los bailarines de la corte esperpéntica.
… El recuerdo fue sustituido por la furia y la ingenuidad de mis anhelos. Contuve el deseo de destruir todo aquello que rodeaba mi inmunda estancia.
Helena supo de mi condena eterna y quiso ser participe de mi desdicha.
Desde antes de
conocerme le abandonaron las ansias de vida y por esos parajes helados lo único
que buscaba era que la muerte se hiciera cargo de ella.
No permitiría que mis
instintivos deseos de darle la vida eterna cedieran ante sus súplicas y
expulse a mi amada del castillo.
Un sollozo impotente
evocaba mi desgracia, rememorando mi cólera y mi ira después de rechazar una
funesta condenación con el ser que mas he amado.
Desde el momento que Helena se marchó, no había una sola noche que no evocara en mis sueños su regreso a mi castillo, para hilar bailes al son de la música mortuoria…
Nunca volví a ver a mi sílfide enigmática, mas las
hechiceras encorvadas me aseguran que, buscó ser victima de inmortales como
tanto había deseado en tiempos pasados. Su búsqueda le llevo hasta tierras rumanas, donde entregaba su espíritu al laberinto fúnebre de las tinieblas de
un bosque de paisaje idílico.
En constante peregrinaje a través del bosque, observo como
un joven vampiro de cabellos dorados y ojos pálidos, avanzaba hacia ella con
porte majestuoso. Su piel azulada advertía
que todavía sus venas no estaban alimentadas y Helena permaneció inmóvil, en
pos de conseguir su anhelante inmortalidad.
El nomuerto calmo sus plañidos de vida, y en su culminante
abrazo beso sus venas.
La sangre pasó a ser fuego y el fuego pasó a ser cambio.
Helena renació después de la muerte sintiendo que su corazón
no palpitaba más y que su piel palidecía a espasmos gélidos…
Y desde entonces no hay duende que ose acercarse al bosque, ni tan siquiera la más hermosa ninfa. Por que la que antes era una bella dama, inocente y enigmática, ahora es la reina de las sombras. La lluvia que empapa las hojas y llena el aire del rumor a sangre. Una dama para las que no pasa el tiempo, una dama eterna, una dama oscura.
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