La mujer de vapor por Carlos Ruíz Zafón


Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda. La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. «¿Necesitas un sitio para quedarte?» Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866. La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi celda, una estancia suspendida en la tundra de tejados. «Me lo quedo», dije. A decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad. Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en silencio. Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo debajo y pintaba muñecas por encargo. Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas trazaban arabescos en mi puerta. Doña Luisa, la del tercero, siempre me subía algo de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por primera vez en mi vida me sentía bienvenido, casi querido. A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y se dejaba hacer como si fuera la última vez. La amaba hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos. Incluso a los despojos de la vida como yo se les concede un asomo de felicidad en este mundo. Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los del ayuntamiento a finales de agosto los tomé por policías. El ingeniero de derribos me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho, iban a dinamitar el edificio. «Debe de haber un error», dije. Todos los capítulos de mi vida empiezan con esa frase. Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura. Cuanto había era una percha y medio palmo de polvo. Subí a casa de don Florián. Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. «Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los ocupantes dañó la estructura sin reme-dio.» Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé escaleras abajo. Esta vez, el juez se despachó a gusto. Los antiguos compañeros me habían guardado la litera: «Total, siempre vuelves.» Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el pecho abierto. Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. «Me querrás siempre, ¿verdad?», pregunta mi Laura. Y yo le digo que sí.

Carlos Ruíz Zafón. 


La personificación de la perfección



Podría escribir la mas bella historia de amor, sin embargo me limitare a escribir las más duras palabras que ahora mismo habitan en mí.
Cuando una persona es lo más importante de tu vida porque es el complemento imperfecto a tu persona... ¿Qué sientes? ¿Y cuando esa persona tiene poder para destruir todo lo que ha creado en tu vida? ¿Qué harías? Porque a mi no se me ocurre nada.


Él es mi verdad y mi mentira, mi querubín consumado por la belleza, la sencillez y juventud. Él es mi sangre y cada uno de los sentimientos consecuentes en mí ser. La personificación de la perfección. La religión que se esparce por mis fronteras, la única creencia en mí.
Con él puedo atravesar amaneceres y anocheceres, con él puedo llegar al fin del mundo si es preciso, con él puedo rozar la locura y la pasión más dulce y arrebatadora.

Pero se marchó… 



Año 2011.

Ojalá


Ojalá pudiera seguir contando historias
Ojalá mis historias tuvieran finales felices
Ojalá mis infiernos se tornaran paraísos
Ojalá viera más allá de lo preciso

Ojalá tu piel no me abandonase
Ojalá tu olor respirase
Ojalá formaras parte de mi precipicio
Ojalá sufrieras mi amor extinto

Ojalá mis versos fueran vagones
Ojalá viajáramos en ellos
Ojalá tuviera un destino forastero
Ojalá fuera invariable y perpetuo

Ojalá que fuera el rocío de tu mañana
Ojalá fuera la esponja para tus miedos
Ojalá destruyera todo con mis dedos
Ojalá encontrara mi cautivo gozo

Ojalá caminara de tu mano
Ojalá tu perfección se tornara artificiosa
Ojalá pudiera engañar a mis sentidos
Ojalá pudiera formar parte de tu lengua

Ojalá fuera una escritora jubilosa
Ojalá no saliera solo mierda por mi boca
Ojalá aborreciera a la melancolía
Ojalá mi alma fuera solo mía

Ojalá mi lucha por un imposible cesase
Ojalá volviera todo a su cauce
Ojalá los ojalá me abandonaran...


Volveré a escribir historias
Volverán a tener finales felices
Volveré a ver como me abandonas
y Volveré a pensar en volver a los ojala que tanto me diste.

Virgen


…Me encontraras allí donde la humedad se habré paso entre la piedra, donde el silencio más sepulcral anida, donde la luz se filtra por las ínfimas rendijas de las vidrieras y donde un altar se alza maestralmente con sus retablos barrocos y sus columnas salomónicas.

Esa es mi guarida, el suelo es mi lecho y los bisbiseos de los creyentes son mi música, los cuales escucho sin comprender el porqué de sus peticiones.

Yo soy aquella a la que rezan los seres animados, yo soy aquella a la que llaman virgen, yo soy aquella a la que piden y agradecen milagros cuando mi condición de estatua no me permite hacer nada por ellos.
Pobres infelices, pobres ilusos, no se dan cuenta que el ser al que adoran no es más que un trozo de piedra tallada, por el que los siglos pasan dejando huella en cada uno de mis relieves…


Año 2011.