Peces

Lo reconozco, estoy obsesionada con los peces.

Me apasiona ver ondear sus remos al son de la corriente, su aliento acuático, su pelaje impermeable y la energía de sus colores. Me hipnotizan sus viajes al fondo del océano, su armazón escaso de huesos, sus branquias admirables y sus fauces de sal.
No sé si es porque tengo complejo de sirena o porque soy alérgica a su sabor, pero me envenenaron de pequeña con su buceo y siempre desee tener una estrella de mar, de esas que se movían todo el tiempo; también cangrejos a montones de ermitaños caparazones.

Lo reconozco, me encantan los peces.

Esos con bigotes negros, con tres ojos aunque dos de ellos sean de mentira, brillantes y despistantes, con bolsas o con catalejos. Majestuosos, tímidos, con bellas colas cristalinas y con gamas reflectantes.
Quizás no puedan entenderme pero ellos me mostraron sonrisas cuando nadie lo hacia y sus bailes costureros me enseñaron que siempre hay esperanza.

Lo reconozco, siempre escribo sobre peces. Aunque sea entre líneas, de forma imperceptible, impersonal y poco importante, pero ellos siempre están nadando sobre los hilos de mis pensamientos.