A la chica que se sentaba a mi lado


Un día conocí a una chica que hoy ha regresado a mi memoria. Recuerdo que no le gustaba sentarse sola en el autobús, sí, era así, contraria al resto de la gente que busca asientos de dos aislados. Llegué a adivinar que se debía a la soledad, no era una simple suposición, su persona emanaba un aspecto abandonado de caricias, de sonrisas y su ser más que brillar enmudecía en grises, pero la clave estaba en el detalle que narre antes, siempre se sentaba al lado de alguien en cada trayecto. A veces, me tocaba a mi ser su acompañante, nunca hablaba, solo miraba al frente aunque a veces la sorprendía mirando de reojo las conversaciones de mi "WhatsApp" y es que ella era así, una sarta de incertidumbre transeúnte, indescriptible para mí. Yo tampoco fui capaz de hablarle, me limitaba a observarla desde su lado o desde la lejanía, la curiosidad me dominaba, quizás porque en esa época era demasiado impresionable.
Ella no era extremadamente atractiva, vestía de forma descuidada y no dejaba adivinar sus armas por debajo de la ropa, aún así tenía ese algo, esa chispa que no tiene explicación. Siempre llevaba una mochila y varios cuadernos en las manos, nunca escuchaba música, ni leía, ni como ya he dicho antes conversaba por lo que llegue a suponer que no se aburría consigo misma.
Cada mañana que la veía se me hacía más familiar su rostro, su corte de pelo, reconocía sus pantalones y chalecos, incluso sus cuadernos.
Se convirtió en un juego contra mí misma, se volvió dulce y amargo al mismo tiempo, más tarde salado; tal y como cree ese universo de pensamientos, se desvaneció, la chica se esfumó. Al principio la veía esperando en la parada o en un asiento de espaldas pero realmente la confundía con otras personas y desde ese entonces, no he vuelto a saber de ella.
Si algún día tengo la suerte de encontrarla de nuevo, le hablaré y no me quedaré con las ganas de saber a que huelen sus sábanas.