Murria

Una bonita tarde de Mayo, con el sol imperante en el cielo, me encontraba montado en un autobús con destino a ninguna parte.
Tras 10 minutos corriendo por no perderlo, mi cuerpo se derrama exhausto en el asiento. El transporte se pone en marcha bajo mis pies y me paro a mirar a mis compañeros de travesía, ellos absortos en su mundo de mp3 y móviles solo miran por la ventana en búsqueda de su yo interno.
El conductor detiene la maquina en la siguiente parada. Una chica de pelo cobrizo y labios sonrojados esta sentada con rostro preocupado, sus manos cubren sus sienes fundiéndose en su piel blanquecina. Mi corazón comienza a latir a ritmo celérico y detiene sus ojos en mí. Su mirada sorprendida se junta con la mía y sus brazos se ciñen a su pecho, como si se abrazara a sí misma. Involuntariamente pego mi mano al cristal y le sonrío. La comisura de sus labios se arquea prendiendo una curiosa media luna.
Me acerco al cristal, el motor se empieza a poner en marcha mientras mil preguntas acechan por mi desconcertada mente.
Ella levanta su mano sin dejar de mirarme y el autobús continua su camino. Nos seguimos con la mirada aquel escaso segundo en el que la perdí, quizás perpetuamente.

En la vida suceden momentos mágicos, momentos inolvidables que te hacen reflexionar sobre quién eres. Quizás encontré aquello que tanto buscaba y lo perdí para siempre.



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